Cada vez que una nueva red social alcanza difusión masiva me muestro reacio al principio, pero termino sucumbiendo. El bombardeo de imágenes que nos ofrece Instagram es un arma de doble filo. Por un lado está la capacidad de alcance de nuestra presencia en Internet, que puede servirnos para promocionar un negocio, mostrar inquietudes o alimentar nuestro ego: una especie de diario visual que abre una ventana al mundo. Las dimensiones de ese alcance tienen, por contra, la desventaja de la banalización de los mensajes reducidos a fotografías, pequeños clips de vídeo y textos a pie de página o en los hashtags. Instagram tiene un efecto evasivo, en el que la fuerza de una imagen se diluye para dar paso al siguiente “me gusta” en un segundo. Por ahí pueden encontrarme, perdido una vez más en el ciberespacio.
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